Comer no es lo mismo que comer

>> sábado, 11 de abril de 2009

Humanity has eaten more than 80,000 plant species through its evolution. … we now rely on just eight crops to provide 75 percent of the world’s food…Monocultures are destroying biodiversity, our health and the quality and diversity of food” (Vendana Shiva, activista ecofeminista india, ganadora del Right Livelyhood Award, el Premio Nobel Alternativo, 1993)

El éxito de la especie humana y su difusión por todo el planeta Tierra consistió en buena medida en que siempre fuimos “probadores de alimentos”. Contrariamente a todas las demás especies de animales, la desaparición de un alimento por sequía, cambio climático, u otras razones, nunca fue un problema para nosotros. Simplemente cambiábamos un alimento por otro o, en casos extremos, migrábamos a lugares donde encontrábamos nuevas formas de alimentación. La experimentación alimenticia, el uso de nuestra mano como herramienta fundamental y, parcialmente, nuestra inteligencia social y consciente, son las características distintivas de la especie humana. Esos tres factores son lo que somos y no mucho más.

A pesar de las discusiones académicas en torno al tema, es presumible que el ser humano en sus orígenes fue un ser básicamente recolector, aunque la cacería surgió de una forma más o menos paralela en aquellas zonas del planeta donde la disponibilidad de alimentos vegetales no estaba disponible en cantidades suficientes. Una de las primeras tecnologías que desarrolló el ser humano fue la agricultura y la tecnología agrícola permaneció más o menos intacta hasta principios del siglo XIX, una época en la que comenzaron dos cosas de forma más o menos simultánea que transformarían la agricultura para siempre.

La primera fue que los seres humanos comenzamos a intercambiar cultivos a una escala mundial, es decir que comenzamos a cultivar alimentos fuera de sus hábitats originales. Los cultivos pioneros en este proceso fueron la papa que se comenzó a cultivar a gran escala en Europa y literalmente salvó a ese continente de la hambruna en más de una ocasión y la caña de azúcar que se introdujo como cultivo a gran escala en las zonas tropicales de nuestro continente americano.

La segunda fue que la industria desarrolló maquinarias que permitieron el procesamiento a gran escala de grandes cantidades de productos agrícolas y, aunque esto en realidad no fue relevante inicialmente para el cultivo de los alimentos, si lo fue para la industria textil que comenzó a procesar el algodón e impuso la necesidad de que esta planta fuera cultivada a gran escala. Con este cultivo a gran escala los agricultores se dieron cuenta que, por primera vez en la historia humana, cultivar algo podría ser un gran negocio. Con ello comenzó la era de los monocultivos que ha tenido serias repercusiones a lo largo y ancho del planeta tierra.

Esto se debe a varios factores: La vulnerabilidad del algodón convertida en monocultivo, y lo mismo vale de hecho para todos los monocultivos, sobre todo en grandes extensiones de los Estados Unidos, propició, que poco más tarde, la introducción de agentes químicos externos como los fertilizantes, pesticidas y herbicidas para “mejorar” la calidad del algodón cultivado. El paso para que estos químicos comenzaran a usarse en el cultivo de prácticamente todos los alimentos que consumimos fue casi obvio y la culminación de este proceso la podemos ver en el desastroso experimento agrícola que se conoce como la “primera revolución verde” y, de forma modificada y probablemente incluso más desastrosa, se está intentando perpetuar en la “segunda revolución verde”, que se basa en la introducción masiva de semillas transgénicas y cuyas repercusiones, como veremos más adelante, pueden llegar a ser más que catastróficas.

Con la industrialización del algodón el campo ha dejado de ser nuestra garantía de subsistencia para convertirse en una industria que produce productos, como lo hacen todas las industrias, en donde el móvil ya no es garantizar la alimentación, sino buscar las mayores ganancias. La agricultura se está alejando a pasos cada vez más agigantados de su esencia para convertirse en un negocio monopólico en el que unos pocos decidirán qué es lo que se cultiva y, por extensión, que es lo que comeremos los seres humanos. Afortunadamente, todavía estamos a tiempo para revertir este proceso y la motivación de este parlamento no es solo señalar lo que está sucediendo en el contexto de la agricultura, sino también como nosotros, como sus consumidores, tenemos un poder insuperable para revertirlo a través del cómo y qué es lo que compramos para alimentarnos.

Hoy en día basta con ir a la tienda de la esquina para ver que aquello que nos alimenta, es alimento de diseño. Bimbo, Marinela, Sabritas, Gamesa, Maruchan y una docena de marcas más, alimentan omnipresentemente a nuestro país. Si bien en México todavía somos lo suficientemente conscientes en llamar “alimento chatarra” a ese tipo de productos, y muchos preferimos cambiarlos por una buena dosis de “vitamina T” hechos en buena parte de productos que todavía son “naturales”, la triste realidad es que podría ser solo una cuestión de tiempo para que incluso esa alternativa sea cambiada por la charola de comida empaquetada que se calienta en el microondas.

La simple decisión de comprar alimento se está convirtiendo en una pérdida de poder y opciones que se manifiesta palpablemente en el hecho de que cada vez más gente se olvida de comprar en los mercados que normalmente venden alimento fresco proveniente de zonas de cultivo relativamente cercanos, para ir a los supermercados cuya tónica de venta es el alimento procesado de gran duración y el alimento perecedero cuyos tiempos de anaquel se prolongan mediante el uso hormonas de crecimiento, aislamientos del ambiente con capas de cera y otras técnicas que les agregan elementos que ya son parte natural de lo que deben ser.

Las distancias de las que vienen los productos y sus costos de transporte, con su consecuente contaminación atmosférica, en el supermercado también es notoria. Es cada vez más frecuente encontrar manzanas de los Estados Unidos, uvas de Chile, vinos y cervezas de todos los rincones del planeta, etc. Para el supermercado ha dejado de existir la distancia, lo que les interesa es la apariencia estética del producto porque se piensa que a una manzana “bonita” se le puede sacar más ganancia que a una manzana naturalmente cosechada de apariencia no tan bonita.

Si el producto que se nos vende realmente es alimento sano y nutritivo o una sustancia comestible parecida al alimento ya no es una opción que se toma en cuenta para llenar los anaqueles. El valor alimenticio ha sido sustituido por los márgenes de ganancia.

Comer es una parte íntima y esencial de nuestra vida (y por cierto la más democrática por el resultado final del acto de comer) y el cómo comemos determina en buena medida que y quienes somos no solo en el sentido individual sino, sobre todo como esa individualidad se comparte socialmente con quienes nos rodean.

En una familia que tiene una buena interacción entre sus miembros, mucha de esa calidad interactiva se determina en la mesa del comedor, en sociedades donde se fomenta más el individualismo la gente tiende a comer sola y en restaurantes, etc.

La comida también determina en buena medida nuestra conexión con la tradición cultural de la que formamos parte. Comer es parte de nuestra identidad social. Nuestra capacidad de interactuar con lo diferente también se refleja en el hecho de si nos atrevemos a comer lo diferente.

Un turista que insiste comer en el extranjero lo que come en casa tiene una experiencia de viaje completamente diferente que uno que interactúa, comiendo, con la cultura que visita. Si visita nuestro país, el primero terminará en Cancún o Acapulco, el segundo logrará adentrarse a los rincones más remotos de la sierra de Oaxaca.

Si los planes del gigante monopolista Monsanto surten efecto, y todo parece indicar que lo están haciendo, el futuro de la alimentación del mundo será su exitosísima “roundup soya” que está siendo impuesta como monocultivo principal, sobre todo en aquellos países con mayor biodiversidad alimenticia como la India, Brasil o China. Monsanto pretende que en unos cuantos años, las soyas preparadas con condimentación y colorantes artificiales sean el principal alimento de la humanidad. Los tacos, tortas y tamales serán una añoranza del pasado mexicano.

La “roundup soya”, por cierto, es un claro ejemplo de la falacia de la discusión en torno a los alimentos transgénicos, tal y como se han planteado (y planeado) hasta ahora. Ninguno de los transgénicos existentes tiene que ver con el mejoramiento nutricional de la especie que se modifica, sino con su aspecto productivo. En el caso de la soya transgénica de Monsanto, fue modificada para que sea resistente a un herbicida llamado justamente “roundup”. El campesino riega este producto alrededor de los retoños de su soya, de allí su nombre, y toda hierba que pueda germinar se muere ahorrando muchas horas de trabajo a los agricultores. Sobra decir que después de unas cuantas temporadas de siembra, en el campo donde se usó el herbicida ya no crece absolutamente nada excepto la soya transgénica. Cómo, además la soya está patentada y la compañía prohíbe el resembrado de la semilla, una práctica que ha sustentado a la agricultura de forma natural y normal durante milenios, el campesino queda a expensas y está sometido al control absoluto de la empresa.

Monsanto, con sus agresivas políticas de introducción de sus semillas transgénicas, también está generando un problema extremadamente grave en nuestro país que consiste en la contaminación de nuestro maíz. Al ser reconocido México como el origen mundial de esta planta, es el país con mayor número de variedades diferentes. Esto es un patrimonio genético no solo de nosotros, sino de la humanidad entera. Si el maíz mexicano se contamina con maíz transgénico la fuente genética misma de esta importantísima planta quedaría en entredicho. Lo triste del asunto es que nuestras autoridades están haciendo entre nada y demasiado poco al respecto. Parece que los gritos de alarma del Dr. Ignacio Chapela están haciendo ruido en todas partes, menos en nuestro propio país que es el más afectado. Lo poco que están logrando hacer las ONG’s ecologistas y la gente consciente al respecto evidentemente no es suficiente para revertir este proceso.

También en el plano de los restaurantes, estamos viviendo una imposición de alimentos diseñados sin precedentes. Las franquicias de las grandes cadenas alimenticias, los Sanborns, Vips, Kentucky Fried Chicken, pizzas, hamburguesas y el suchi están acaparando cada vez mayores segmentos del mercado restaurantero y ante su poderío pocas opciones individuales de sazones originales tienen la oportunidad de sobrevivir.

La omnipresencia de McDonalds en el mundo es tan grande que el semanario británico “The Ecónomist”, bajo la iniciativa de Pam Woodall en 1986 ideó el Big Mac Index como un método de análisis económico y los sigue publicando anualmente hasta la fecha. Los gigantes alimenticios como Unilever, Nestlé, Pepsico y otros están haciendo todo lo necesario para hacerse de una buena tajada del mercado monoalimenticio.

Sobra decir que todas estas prácticas están atentando directamente contra la diversidad alimenticia de nuestra especie.

De seguir así las cosas, la verdadera crisis alimenticia del futuro será la quiebra de McDonalds, que, por cierto, ya no elaborará hamburguesas de carne, sino de soya. No la de la agricultura y la ganaderia, a esas, desde hace mucho que las habremos matado.


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El agua que no has de beber...

“El agua que bebemos es primordial para la vida. No solo sirve para lavarnos por afuera, también es absolutamente esencial para que nos lavemos por dentro. Si no bebemos el agua suficiente dejamos de funcionar correctamente, lo recomendable es beber de 2 a 3 litros de agua viva diariamente.” (Helmut Scholze, difusor del agua y productos alternativos en Alemania)”

El agua es el líquido más importante del mundo. Sin el agua, la vida, por lo menos en la forma en la que la conocemos, no podría existir. Tres cuartas partes de nuestros cuerpos son agua.

Una de las escenas más impactantes de la película “What the bleep do we know?,” el éxito taquillero entre los seguidores de las escuelas del new age, es una escena filmada en el metro que presenta imágenes de cristales de agua distintamente energetizadas fotografiadas por el Dr. Masuru Emoto. En la película se transmitía el mensaje: “Si los pensamientos pueden lograr eso con el agua, imagina lo que pueden hacer contigo.”. Los cristales de agua de Emoto cambiaron la conciencia de mucha gente sobre el agua (y ojalá sobre sí mismos).

El agua, actualmente es uno de los temas más controvertidos del mundo. Por un lado, muchos investigadores del mundo afirman que es uno de esos recursos cuya escasez va a generar cuantiosas disputas y hasta guerras en el futuro, un punto de vista que de hecho ya está sucediendo si pensamos tan solo en la revuelta en torno a su privatización en el año 2000 en Cochabamba, Bolivia, y que fue uno de los precedentes importantes del fenómeno Evo Morales.

Por el otro lado, el embotellamiento del agua es una industria de 150 mil millones de dólares y las botellas de PET que deja en el camino se han convertido en un serio problema de desperdicio para el mundo. La controversia en torno al agua embotellada es enorme. Muchos reportajes han demostrado que la calidad y el sabor del agua embotellada, contrariamente a los slogans publicitarios que la mercadean, no difiere en gran cosa del agua disponible desde los sistemas de agua de las ciudades. Y, si bien los análisis químicos realizados en todo el mundo sustentan parcialmente estas afirmaciones, un análisis energético con los métodos, como los usados por Masuro Emoto o los de Helmut Scholze demostraría probablemente que el agua embotellada hasta puede ser dañina.

Está claro que el agua que se debe de beber para mantener la salud debe ser pura “transparente, incolora e inodora”, como lo aprendimos en la escuela. Lo cierto es que las bebidas que ingerimos en más cantidad son aguas modificadas. En todas las ciudades del mundo, el agua “supuestamente para mantenerla purificada y aumentar su duración como tal”, está clorada, en muchas otras partes, con el argumento del combate de la caries dental, también es adicionada con fluoruro, una sustancia que tal y como se suministra, lejos de combatir lo que pregona -las caries- está causando un sinnúmero de problemas de salud, entre ellos migrañas, alergias y el incremento del nacimiento de niños hiperactivos.

Otra forma de aguas modificadas son las ofrecidas por la industria refresquera. Esto es especialmente preocupante en México que es el principal consumidor a nivel mundial de estas bebidas. Los daños a la salud generados por el refresco no solo se deben al exceso de consumo de azúcares -estadísticamente está demostrado que la detonación de la diabetes se está dando a edades cada vez menores-, sino también y más que nada, por los aditamentos químicos artificiales -colorantes y saborizantes- y en especial los que se usan en las bebidas dietéticas como el aspartame.

En lo que se refiere a las llamadas bebidas recreativas o sociales -esto es el alcohol-, ya habremos de explayarnos...

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